8:23 a.m.
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     Debía ser sábado, porque el papá estaba en la casa, ella desde el corralito observaba todo, veía como él preparaba las bicicletas, su mamá con el cabello recogido y su camisa a lunares blancos ordenaba el almuerzo en la canasta. Eso no le importaba, tenía la teta.   Salieron los tres, ella con el papá en el asientito, la mamá llevaba la canasta.

    Recorrieron el camino hasta que el sol estuvo arriba, al cruzar el puente que los conducía a la isla miró hacia abajo y vio agua, al llegar a la otra orilla atravesaron un pequeño bosque hasta llegar a un claro, allí se detuvieron, la mamá y el papá colocaron una manta sobre el pasto y conversaron cosas de grandes. Ella no entendía de esas cosas, le costaba comunicarse.  Era muy pequeña, reía sola, gateaba y se paraba para volver a caer sobre sus pañales.   Cortó flores de yuyos y las ofreció.

     -¡Dabadabada! (para vos mamá dijo).

    Como no las tomó se las comió. Al caer el sol el cielo se cubrió de mariposas, una de ellas se posó en su pecho, las alas eran tan grandes como sus manos y su cuerpo como el dedo que se pone en la nariz; la mariposa abría y cerraba las alas con lentitud, ¡jugaba con ella!, levantó su mano y la tomó para darle besos y se le salió un ala. Miró a su papá y le dijo:

     -¡Dabadabada!(papá arreglala)


     El papá no le entendió y lloró.-

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