2:56 p.m.
2
     El Padre Giuseppe, más que un cura era un Robin Hood con sotana, poseía un corazón inmenso y sus manos, por la gracia de Dios, herramientas benditas. El sacerdote continuamente incorporaba conocimientos, los que volcaba en ayuda del prójimo. Su pequeña capilla se ubicaba en el barrio “Ciudad Atlántida”, del Partido  Coronel de Marina Leonardo Rosales. El ministro contaba con un patrimonio importante para él, una bicicleta de color negra, con frenos a varilla, a la que solía engancharle un carrito. Y como las carencias se presentaban a menudo, siempre estaba dispuesto a socorrer a quien lo necesitase.  Sus días comenzaban a las cinco de la mañana, donde se sumaba a los centenares de trabajadores, que en bicicleta se dirigían a los talleres de la Base Naval de Puerto Belgrano; en el transcurso de la jornada laboral de estos hombres, el cura hacía lo suyo, con el permiso del capellán de la institución; daba la palabra de Dios a toda aquella persona que le cediera algunos minutos de su tiempo.
    Comenzaba por el hospital militar, visitando a los internados, médicos y enfermeras;  finalizando el recorrido en el Casino de Oficiales y Suboficiales, donde el personal de cocina agradecidos por las bendiciones, donaban al Padre Giuseppe raciones de alimentos.
    Al sonar la sirena a las tres de la tarde, la que indicaba la finalización del horario de labor en los talleres, los operarios regresaban a sus hogares como marabunta. Debiendo atravesar la misma guardia que cruzaron a su ingreso a la base militar, como si fuese un paso aduanero. Y allí se encontraba el párroco, alineado entre los trabajadores para poder salir, con la carga obtenida en su carrito.  En cuanto cruzaba las vías del ferrocarril que dividía la ciudad militar de la civil, recorría las viviendas de los necesitados pedaleando, con su sotana remangada y su bonete de cuatro picos con borla al tono. Luego del reparto de alimentos recorría la ciudad, buscando a quien más ayudar; si alguien levantaba paredes, él estaba ahí, se bajaba de la bicicleta, y bendecía la obra.
    -¡Hijo! te voy a ayudar – decía el cura.
    -¡No Padre! Por favor ¿Usted? – respondía el dueño de casa.
    -¡Sí! Yo – contestaba con vocación de servicio.
    Con el tiempo Giuseppe le tomó la mano a la cuchara y se lo encontraba en cuanta construcción existía, de sotana con parches zurcidos, lápiz trabado en la oreja y el metro entre sus manos callosas; si la ocasión se presentaba también boleaba ladrillos. Los vecinos sabían detenerse a mirarlo, porque para ellos era extraño ver a un ministro de Dios fuera de su lugar, a su criterio. No alcanzaban a comprender, que cumplía a su manera la misión pastoral.
    -¡Los espero el domingo en misa de once! – invitaba al despedirse.
    Y así, el padre Giuseppe ayudó en la construcción seis días a la semana, invierno y verano durante años, hasta que cada quien tuvo su casa. Pero los domingos la iglesia estaba de fiesta, solía no alcanzarle las hostias, y debía partirlas al medio. Los bautismos y casamientos estaban cuidadosamente programados. Su rebaño no se explicaba de dónde el cura sacaba tanta energía, tal vez porque  no sabían que recargaba su espíritu conversando con Cristo.
    Transcurrió el tiempo, y cada una de las personas a quien ayudó con la construcción de sus casas, fueron depositando al costado de la capilla, el ladrillo sobrante. En un momento dado el sacerdote se encontró con tantos materiales, que se le ocurrió construir.
    -¡Hijos!...hoy  necesito de ustedes – dijo en misa.
    Los operarios luego del toque de sirena, en lugar de regresar a sus casas, se reunían con el cura y de a poco construyeron la iglesia que tanto había soñado.  Un día de tantos, ocurrió algo extraño, el párroco al salir de la base naval, le pidió al guardia que al día siguiente no le revisase el carro, porque iba a sacar algo sin permiso.  El suboficial levantó la barrera pasando por alto la requisa, y una vez que Giuseppe se retiró, cumpliendo con su deber comunicó la novedad a su superior.
    Al día siguiente el sacerdote pedaleaba hacia la salida de la guarnición militar, con la tranquilidad que la situación permitía; pero al intentar traspasar los límites fue detenido por un pelotón de soldados; lo llevaron hacia un costado de la fila y  le pidieron que levantara la lona que cubría la carga del carrito.  El padre Giuseppe quitó el trozo de tela de avión que servía de cobertor, dejando al descubierto una bolsa de polenta y otra de pan. El Cabo miró al Oficial de Servicio desconcertado.
    -Está autorizado por el Coronel a pasar alimentos – dijo el Teniente de Corbeta.
    -¡Hijo! ¡Ven! ¡Acércate! –Dijo el ministro de Dios, dirigiéndose al guardia al que le hiciera la solicitud el día anterior – Aquello que te he dicho que sacaría hoy,  lo saqué ayer, te espero en misa – concluyó el cura.
    A los operarios de la base se les había ocurrido  hacerle un regalo al sacerdote, para ello habían estado juntado rezagos de bronce, pero como la cantidad de metal no alcanzaba para el cometido, se les ocurrió modificar el monumento que estaban realizando, el que evocaba el “Combate de San Lorenzo”, donde un granadero se encontraba con una antorcha en la mano, en posición de encender un cañón.  
    En su lugar realizaron otro tesoro histórico, en conmemoración a esa batalla de aquel 3 de febrero; el mismo granadero lució imponente frente a la Comandancia, pero sin el cañón, solo tenía en sus manos un asta, donde flameaba una bandera de paño. Luego de las fanfarrias y aplausos los trabajadores recibieron los merecidos elogios. 
    Es el día de hoy, que nadie se ha dado cuenta de la modificación del monumento, o tal vez el Comandante de la Base lo tomó como una confusión, habiendo sido tres los proyectos posibles a realizar en bronce, además la belleza de aquel tesoro opacaba cualquier discusión al respecto.
    Pero el que supo apreciar el delirio de esos operarios, no sin antes darles un sermón, fue el padre Giuseppe, que aquel día, logró sacar oculto en su carrito ese cañón transformado en campana, la que hacía sonar con orgullo a diario.-

2 comentarios:

  1. Exelente¡¡¡ muy lindos los graficos para cada cuento, te felicito¡¡¡ y el blog muy profesional.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola amigo: gracias por tus palabras marce, me alegro que te guste la publicación y los dibujos. tengo que subir algunos más, que aún no he podido convencerme que están listos para presentarlos en sociedad. te mando un abrazo y gracias. Pdta.¿como anda esa gripe?

      Borrar