No dejes de revolver
con la cuchara de madera, pidió Elsa,
entre tanto daba de comer a los canarios; fue en ese instante cuando a Rubén su
sobrino se le ocurrió la travesura, dejó de revolver, tomó de su bolsillo las
bolitas de vidrio que llevaba y las arrojó dentro de la olla. Las bolitas con el hervor subían y bajaban
atravesando la leche y el azúcar, donde la chaucha de vainilla se movía alocada. Fue el mejor dulce de leche que su tía
preparara en su vida, pero para Rubén fue desastroso, no por el haber sido
castigado con no mirar televisión ese fin de semana, sino que lamentaba haber
perdido las diez bolitas. Tía Elsa las
conservaba como una herramienta culinaria más.-
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