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    Ocurrió hace mucho tiempo, cuando el abuelo Juan y su nieto Carlitos, tomaron el tren que los llevaría a Coronel Pringles. El pequeño, aburrido, empañó con aliento la ventanilla y dibujó con su dedo una casita, mientras cantaba al compás del traqueteo del tren.
   -Tutún tatán, tutún tatán, tutún tatán ¡abuelo! ¿Me contás un cuento? – pidió el niño.
   -Dejame pensar, a ver, ¡ummm!– dijo el abuelo Juan - ¡Ya me acordé!
Y allí fue cuando el abuelo Juan comenzó a contar el cuento:
    Sucedió una vez, en “LA MONTAÑA DE NO SE DONDE”. En ese lugar había un valle, y en él una cabaña de troncos, donde vivían tía Carmen, tío Pepe y Leo, el perro que criaron de cachorro. En vacaciones de verano, Claudia, su sobrina, venía a quedarse unos días y, todas las mañanas después del desayuno, la niña jugaba por el campo con Leo. Uno de esos días de juego, mientras juntaban frutillas al pie de la montaña, Leo cayó por una grieta y no se lo vio más.
    La niña desesperada corrió a buscar a su tío y le contó lo ocurrido, y  de inmediato organizó el rescate. Llevarían comida, agua, sogas, linterna y el hacha que tío Pepe siempre llevaba colgada a la cintura.
    Bajaron por la grieta con lentitud; al balancearse a medida que descendían, la cuerda comenzó a rasparse contra las piedras, y fue gastándose hasta quedar delgada como un hilo. Al no soportar el peso se cortó, y los dos cayeron al vacío, dando vueltas por el aire, y gritando asustados.
    Un milagro permitió que cayesen sobre una planta gigante, que tenía las hojas en forma de tobogán, y así se deslizaron hasta el piso. Al encontrarse en tierra firme caminaron tratando de buscar a Leo, pero cansados por el esfuerzo se sentaron sobre el pasto, comieron algo de lo que llevaban en la mochila y luego se quedaron dormidos.
    De pronto, en medio de la oscuridad y en el silencio de aquella montaña, una garra peluda tomó el brazo de Claudia; al mismo tiempo tío Pepe recibía golpes en su pierna. Era Leo que los había encontrado y, al no poder despertarlos, porque se encontraban profundamente dormidos, buscó que comer en la mochila de Claudia y se acostó entre medio de los dos. Con una patita abrazó a la niña y con la cola golpeaba la pierna de tío Pepe, estaba contento.
    Al despertar se abrazaron los tres, contentos de haberse encontrado; al mirar a su alrededor, se dieron cuenta que se encontraban dentro de una montaña hueca, y el sol que entraba por la grieta, permitía que sus rayos rebotasen en las paredes de piedras preciosas, iluminando el lugar.
    En medio de tanto silencio, Leo asustado ladró con coraje al escuchar un ruido: parecía un motor en marcha. La curiosidad los llevó hasta el lugar, donde se encontraron con una abeja gigante. Tenía un ala rota y las movía desesperada tratando de levantar vuelo, pero no podía volar para regresar a la colmena.
    Entonces tío Pepe se subió arriba de la abeja, para poder llegar hasta el ala y arreglársela; tomó el hacha y la fue recortando, luego hizo lo mismo con la otra, debían tener el mismo tamaño para que pudiese volar.
    Una vez que tío Pepe terminó el arreglo, la abeja levantó vuelo, dio unas vueltas probando sus alas nuevas y de repente se alejó, tan rápido que la perdieron de vista. Unos minutos más tarde regresó con un regalo, un terrón de miel. A partir de ese momento contaban con una amiga, en aquel lugar “DE NO SÉ DONDE”.
    Pero algo terrible sucedió a la mañana siguiente, los gritos de Claudia y tío Pepe despertaron a Leo, que de un solo movimiento se incorporó ladrando. Resulta que un murciélago gigante, se los estaba llevando para comérselos. Al ver que sus amigos corrían peligro, ladró cada vez más fuerte pidiendo ayuda.
    Una mariposa de cinco colores que pasaba por allí lo escuchó y se acercó para ver que Leo le contara que le ocurría, al enterarse fue en busca de las abejas que no tardaron en venir en su auxilio. El pichicho saltó por el lomo de la abeja que curó el tío Pepe y juntos fueron al rescate.
    Mientras tanto, no muy lejos de allí, tío Pepe y Claudia, prisioneros en una cueva, en lo alto de una roca, pensaban cómo hacer para dejar una señal que pudiese indicar el lugar donde se encontraban. A Claudia se le ocurrió arrojar algunas prendas de vestir, y dejó caer sus zoquetes sobre una planta que no paraba de sacudir sus flores para quitarse las olorosas medias de encima.
    En ese momento, las abejas sobrevolaban la zona y Leo con su olfato encontró los zoquetes. El murciélago al ver que las abejas venían al rescate, huyó asustado. Claudia, de un salto montó el lomo de una abeja y tío Pepe en otra.
    Mientras regresaban al panal, la casa de las abejas, tío Pepe reconoció el lugar por donde habían caído, y ayudados por las abejas, regresaron a casa. Por otro lado tía Carmen preocupada porque hacía días que se habían ido, al verlos llegar a través de la ventana se puso contenta y corrió hacia ellos para abrazarlos.
    En algún momento regresarían a visitar a sus amigas, allí en el fondo de “LA MONTAÑA DE NO SE DONDE”.

    Carlitos se quedó dormido, el abuelo lo abrazó y cubrió con una manta; de a poco el abuelo Juan también se quedó dormido, dejándose arrullar por el traqueteo del tren: tutún tatán, tutún tatán, tutún tatán, tutún tatán.-                                                                 

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