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   En el preciso momento que el móvil policial realizaba la segunda pasada por     la zona asignada, recibe información radial de un suceso a pocas cuadras de allí. Vecinos del lugar habían reportado incidentes. La denuncia consistía en que alguien tocaba los picaportes intentando abrir las puertas de las casas. La noche cerrada y las continuas lloviznas, hacía difícil identificar a la persona que los asustaba.
   Alrededor de las 00:30, una patrulla se presentó en el lugar. El conductor sorprendido, observó que un perro se encontraba parado en dos patas, apoyado sobre el picaporte de la puerta de entrada de una de las viviendas.
    El animal al verlos llegar abandonó la puerta, e interceptó el vehículo policial; abalanzándose por delante pretendiendo que detuviese la marcha, retrocedía de a trancos cortos y avanzaba ladrando.
    El policía ante la imposibilidad de continuar la marcha se detuvo. Antonio Castro recientemente promovido a Sargento, le dijo a su compañero al volante que se encargaría del asunto. Descendió del rodado y se acercó al perro. El animal giró sobre sus patas y corrió hasta detenerse junto a un volquete que contenía restos de escombros, para luego saltar dentro. Continuó dando ladridos cortos y acercando el hocico sobre los desperdicios.
    -¿Qué ocurre? – preguntó el conductor que venía corriendo.
    -¡No se! Mi Clotilde – refiriéndose a su perra- a veces  hace lo mismo para llamar la atención.
    -¿Tu Clotilde? ¿Le pusiste nombre de mujer? – sonrió.
    -¿Por qué no?
   Antonio dirigiéndose al animal le preguntó que ocurría, y fue allí donde se dio cuenta que era hembra.
    -¡Ah! ¡Sos nena! – dijo en voz alta.
    La perra ladró nuevamente. El suboficial de policía encendió la linterna para observar en el interior del volquete, y encontró dentro del haz de luz, una manta enrollada.  El animal movió con el hocico el manojo de trapos. Se escucharon llantos. El policía alertó a su compañero, quien pidió ayuda por Handy.
    -¡A ver que tenemos aquí! – dijo con tranquilidad, la situación lo requería.
    En minutos el bebe era atendido por el Médico de Policía. El niño se encontraba bien gracias a la perra, que mantenía sus instintos maternales por encima de los de la madre biológica. El Sargento conmovido por el acto heroico protagonizado por el animal miró el collar, pretendía reintegrarla a sus dueños. A simple vista no tenía identificación.
    Por tal motivo tomó la decisión de alojarla en su casa; la relación con Clotilde no resultó al ver que la invitada recibía todas las caricias y palabras de elogio. Por eso a la mañana siguiente, la llevó a la dependencia. El Comisario no dudó en permitir que la perra quedara  alojada en su oficina a un costado del escritorio, protegiéndola del piso frio con una vieja chaqueta.
    -¡Serás la mascota de la 41! no cualquiera tiene una perra socorrista -¿Qué nombre tiene? -preguntó el comisario.
    -No sé, Comisario – respondió Antonio.
    La frecuencia policial estaba callada, hasta que de pronto radiaron una noticia. El comisario elevó el volumen de su Handy; y la perra de un salto se puso de pie junto al aparato y ladró.  Al finalizar la transmisión movió sus orejas y giró la cabeza con lentitud. Regresó a su sitio.
    Más tarde pidió salir al patio, seguramente las necesidades fisiológicas lo requerían; luego de orinar y alguna que otra deposición, recorrió el predio en un reconocimiento del lugar. Allí se encontraban estacionadas las patrullas, dispuestas para el servicio con sus radios encendidas. El Radio Operador en ese preciso instante envió un aviso de alerta a los móviles en zona, transmitiendo datos de personas sin identificar en actitud sospechosa que se desplazaban en un automóvil marca Taunus del 82 de color blanco, sin chapa patente visible.  La perra se paró en dos patas, se apoyó sobre la puerta de una de las patrullas y ladró; al finalizar la transmisión se bajó.
    Continuó su recorrida por el playón, y al escuchar la frecuencia policial otra vez, repitió la escena. El Comisario, al recibir el parte que había móviles con las puertas rayadas por las uñas de la perra, pidió a gritos una celda para alojarla, hasta tanto decidir qué hacer con ella.
    No tenía muchas opciones, la única celda disponible era en la que cumplía arresto el Cabo Primero José Merino, castigado con un día de arresto por no obedecer una orden.
    -¿Qué ocurre? ¿Cumple arresto? – dijo el Cabo Primero riendo al ver que la perra era alojada junto a él.
    -Algo así – respondió su compañero, y lo puso al tanto de los acontecimientos.                                                                      
    Los dos arrestados se miraron a los ojos. El Cabo Primero Merino tenía perros, dos cuscos cascarrabias, y algo entendía de su comportamiento. Siempre había un por qué, y saber interpretarlos requería de atención y paciencia.  Doce horas llevaba Merino confinado en su celda; acarició al animal y finalmente conversaron de la manera que lo hacía con sus criaturas peludas.
    -¡Mirá como tenés el collar! ¡sucio!, tendrían que haberte bañado. Nadie fue capaz de atender a la perra maravilla – dijo José Merino mientras la acariciaba.
    Contenta movió la cola al ver que alguien se ocupaba de sus necesidades de cariño.                   
    -Vamos a lavarte el collar aquí en la pileta, te prometo que mañana cuando salgamos de esta celda te baño – dijo Merino.
    -¡Mmm! el collar tiene una chapita - se dijo al momento de quitarle el barro; el metal se encontraba oxidado imposible de leer -¿nadie prestó atención a esto? mirá vos – dijo hablando solo.  Tomó el collar y  raspó la parte metálica contra el piso de la celda.
    -¡Ah! ¡Mirá cuál es tu nombre! – dijo sorprendido.
    En ese instante el Cabo Primero Merino comenzó a reír, las carcajadas cerradas en ahogo retumbaban por todos lados; los compañeros que se encontraban con tareas de oficina abandonaron sus escritorios alarmados. Y corrieron con preocupación y desconcierto, querían saber que le ocurría.  Cuando lo vieron en el suelo de la celda tomándose el vientre y poseído por la risa, creyeron que estaba en estado de locura.
    -¡Avisen al Comisario! – gritó uno de ellos.
    Al llegar el comisario, reían contagiados, pero Merino al escuchar la voz del Superior, fue serenándose de a poco hasta ponerse serio, aunque de tanto en tanto tenía un brote de risa.  El Comisario en un momento rió, pero trató de mantener la compostura, no quería que aquello se transformara en un jolgorio. E indicó a un subalterno que fuese por un médico, a lo que Merino se negó, aclaró que se encontraba bien, y que un vaso con agua le ayudaría.
    -Estoy bien Comisario – dijo José riendo.
    Tomó agua de a sorbos pequeños, su respiración se normalizó a pesar que algún arranque de risa volvía a ser presa de su cordura.  Agotado tomo asiento en el piso. Se abrazó a la perra y apoyado contra el catre, se dirigió al comisario.
    -¡Comisario! ¿Hasta cuando estoy arrestado?
    -Hasta las catorce de mañana, ¡No entiendo! ¿De qué me perdí? – dijo el superior.
    -¿Si le digo como se llama la perra, me levanta el arresto?
    -¡No! y Tenés un día más por extorsión. -Los subalternos rieron hasta que el
   Comisario giró su cabeza, los miró y dijo. -¿Alguien quiere hacerle compañía? – todos hicieron silencio.
    -¿No quiere saber por qué la perra se comportó de esa manera?
    -¿Sos psicólogo de perros? -Sus compañeros, ante la pregunta del Comisario comenzaron a reír nuevamente.- ¡¡SILENCIO!! – dijo enérgico el comisario.
    -No, luego de una ardua investigación, pude descubrir la identidad del animal. Pido mate y bizcochos de grasa a cambio de la información.
    -Un día de arresto que tenía, otro que le regalé por extorsión, y le voy a hacer otro obsequio, un día más por cohecho. Digo yo ¿Usted me va a seguir faltando el respeto? ¡Lo dejo todo el mes adentro!
    -Le digo la verdad, tengo el D.N.I. de la perra.
    -¡Escuche!, por un momento nos vamos a olvidar de quienes somos. ¿Me sigue? – Dijo el comisario – le voy a hacer una pregunta simple – acercándose a la reja – ¿Usted está tomándome por pelotudo? – dijo.
    -¡No Comisario! trato de ponerle una gota de humor – contestó José y le entregó el collar del animal – no mire el nombre todavía – pidió.
    El Cabo Primero, ahuecando sus manos las acercó a su cara y moduló, simulando una transmisión radial.
    -Móviles, atención cuadrícula cuatro, pick-up Ford color azul sin chapa patente, con dos Natalia Natalia.
    El animal se paró en dos patas y lamió la cara de Merino; al mismo tiempo que el Comisario miraba la chapa adosada al collar, que decía “NATALIA” 467-3124.
    -¡Que alguien se encargue de cebarle mate hasta que se ponga verde! ¡Tiene tres días de arresto! – Dijo el Comisario mientras buscaba con la mirada entre los presentes -¡Castro! Vos trajiste al animal, pagas los bizcochos por incompetente.-

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