Simón era joven, de estatura mediana, un tanto atolondrado para tener oficio
de aviador, se encargaba de fumigar los sembradíos del lugar. Esa mañana había
tomado la decisión de hacer algo
importante, aquello que venía postergando hacía ya algún tiempo. Antes de ir al hangar pasó por el boliche del
pueblo, creyó que alguna ginebra o caña quemada eran la solución para calmar su
nerviosismo.
Al salir del boliche caminó con
dificultad hasta el galpón, trepó por la escalerilla de la avioneta y cebó el
motor; al bajar le costó mantener el
equilibrio, pero se paró de guapo frente a la hélice y de dos manotazos logró
ponerla en marcha. La borrachera no le
permitió atender la indicación de la manga; no tuvo en cuenta el viento en el
momento del despegue y la nave comenzó a carretear a los tumbos por la pista,
hasta que con suerte, pudo decolar, al elevarse se sintió libre de su estado.
Al pegar la vuelta sobrevoló la
ruta provincial número 2, casi a la altura del cruce a “Cobo”, en ese instante
fue cuando divisó una paleta de colores sobre el asfalto, era una carrera de
bicicletas. Se largó en picada, alcanzando a enderezar la nave casi al ras del
suelo llevándola en dirección al pelotón, obligando a los ciclistas a tirarse al
pasto de la banquina. Luego de asustar
al último corredor trepó por el aire. Mientras el motor rugía en el esfuerzo,
sus risas y gritos de felicidad retumbaban en el habitáculo. Se sentía distendido
y pensó que era el momento para encarar aquel asunto; de inmediato se dirigió
hacia el campo de los Ramírez, resulta que le gustaba la hija del capataz y
quería lucirse.
Sobrevoló el casco de la
estancia, sobre la casa de los peones, por ser domingo los tendría a todos afuera
y podría lucir su pericia; por último sobrevoló moviendo las alas para arriba y
para abajo en señal de saludo. Una vez
preparado el escenario tomó altura y bajó en tirabuzón; quería finalizar el
acto con un vuelo rasante, pero más que una acrobacia fue un milagro que no
muriese nadie. Lleno de ego y alcohol no divisó el molino, cuando se lo
encontró de frente y quiso esquivarlo, enganchó el alambre con unas de las
ruedas tirando al suelo varios metros de alambrado, la avioneta se plantó y
cayó sobre el chiquero. La peonada tuvo
que trabajar en domingo; el capataz no sólo le negó la mano de su hija, sino
que lo corrió a rebencazos hasta el pueblo.-
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