4:50 p.m.
0

   Desde la cima del cerro mayor se podía distinguir un  punto oscuro en medio de tanta palidez deslizándose hacia el Este.  Los gritos y los chasquidos del látigo cortando el aire, se oían con claridad a medida que ese punto tomaba forma.  
    Era Ekor, que parado sobre los esquíes del trineo estimulaba a sus perros para cruzar sobre el hielo del lago; se detuvo en la orilla opuesta, necesitaban recuperase del esfuerzo. Revisó los arneses, se colocó en posición, y tras dar la orden a los perros acompañó con un empujón y subió al trineo continuando la travesía. El sendero escarpado lo mantenía alerta, no podía perder de vista las señales de las rocas, marcaban el sendero. El cielo se tiñó de color estaño, y la temperatura en descenso agudizaba la ventisca que azotaba con descaro sus cuerpos.
    De todos modos debía continuar la marcha a como diera lugar, porque el frío lo llevaría a un sueño sin retorno, transformándolo en una momia de hielo; conocía los riesgos y perecer no era la opción.  El reducto que les permitiría descansar se encontraba a sólo un centenar de metros de distancia.
    De pronto el trineo se detuvo sin motivo aparente, pero el viejo Ekor conocedor de su oficio, observó a los animales y no tardó en notar que el guía no apoyaba una de sus patas; decidido desenganchó al perro, lo tomó en brazos y recostó sobre las pieles que transportaba. Tomó su lugar de inmediato, cada segundo era una sentencia de muerte, por eso sin colocarse las raquetas condujo el vehículo, enterrando sus botas en cada pisada. 
    Al llegar al refugio encendió la fogata y desenganchó a los perros, revisó al herido, por suerte era sólo una astilla de madera que atravesaba la almohadillas de una de las patas delanteras. La extrajo con destreza. El animal agradecido lamió su mano. Compartió carne seca con sus compañeros de viaje, y ubicados cada uno en rededor al fuego, cerraron sus ojos. Ekor imaginaba entre sueño que: al llegar al pueblo y cobrar por sus pieles disfrutaría de un plato caliente y una botella de licor. Pero aquella quietud, el crepitar del fuego y su resplandor titilante sobre el interior de la caverna, se vio interrumpida.
    El olor de los lobos alertó al cazador despertando su instinto animal. Desde su posición observó y calculó los movimientos de sus agresores. Los ojos de Ekor se tornaron grises, dio un grito de alerta. A partir de ese instante su rostro se transformó aullando de dolor, su cabeza se alargó presentando un hocico corto y orejas pequeñas en punta. Cada hueso crujía y se deformaba, los pelos plateados y blancos poblaron su cuerpo en cuestión de segundos; continuó retorciéndose dentro de las ropas a medida que las articulaciones modificaban su anatomía.  Deseaba que aquello acabara de inmediato, pero no dependía de él, ni de un plenilunio; al hallarse en peligro, su cuerpo mutaba.
    Todo comenzó años atrás después que sufriera una emboscada. En esa oportunidad resultó herido de muerte por ladrones de pieles;  los perros acudieron en su auxilio matando a los delincuentes. Luego fue arrastrado por la manada hasta dejarlo al amparo de una depresión rocosa; rasgaron sus ropas y lamieron su herida para contener la hemorragia; y dieron calor con sus  cuerpos.
    En la última etapa de su metamorfosis, donde sus rodillas se destrozan para dar paso a las nuevas articulaciones y el nacimiento de las extremidades posteriores. Ekor aulló. Se liberó de su abrigo, y se ubicó en la entrada de la caverna. Erguido y desafiante, estiró su cuerpo con el hocico en alto; para luego lanzarse a un ataque salvaje y sin control. 
    A pesar de ser superado en número mató a la manada de lobos. Regresó con paso lento, y heridas sangrantes en su cuerpo, aún así caminó alrededor de la fogata, con su hocico tocó a cada uno de los perros. Dio varios giros sobre sí y se echó. Su fisonomía comenzó a cambiar con lentitud; su cuerpo desnudo permitía ver la vieja cicatriz de arma blanca y las carnes rasgadas por los mordiscos recientes.-

0 comentarios:

Publicar un comentario