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    Tres paredes descascaradas y una reja enmohecida albergaban a Reinaldo Suarez, conocido como “Carpincho” (por su cabellera), entre los reclusos del penal, llevaba años purgando condena, lo hallaron culpable  de tres  asesinatos -¡Sí! ¡Actué con premeditación y justicia! – esas fueron las palabras que le dijo Reinaldo Suarez al Juez, antes de la sentencia. Se lo veía viejo y desdentado, con un tics no muy estético; mordía su lengua cuando abstraído de su entorno recordaba su infancia, su barrio, el almacén del señor Pintos, la panadería de don Rossi, donde trabajó por algunos billetes la quincena.  Esos billetes que llevaba envueltos en el pañuelo por temor a perderlos, esos billetes que entregaba a su madre, que a pesar de la artritis lavaba sábanas para afuera; y por más que lo intentaban no llegaban a fin de mes, muchos de esos días eran de sopa y pan, donde los fideos era un lujo de domingos.
    
    Al cumplir la mayoría de edad cambió de oficio, llegó a ser media cuchara, habilidad que le posibilitó construir con facilidad un ambiente con baño al momento de conocer a la que sería su esposa; aquella jovencita le dio todo lo que él precisaba, amor y una mirada de paz.  Cuando salían de paseo él era el que más presumía de esa panza de seis meses.
    
    Aquella Nochebuena donde la sidra permite que los sueños parezcan realizables, ocurrió la tragedia; fueron sorprendidos por un estallido de maderas rotas de la puerta de entrada. Paralizados por el estruendo no atinaron a nada; cuatro malvivientes ebrios se adentraron a la casa, y sin mediar palabra uno de ellos disparó a quemarropa, hiriendo a Reinaldo de gravedad.  Con un balazo en el pecho Reinaldo se desvanecía; pero antes de perder el conocimiento pudo ver como su esposa era ultrajada por los delincuentes, el último de ellos al consumar el acto la apuñaló en el vientre, quitándole la vida también a su pequeño por nacer.   Sus gritos en silencio aún retumban en su mente.
   
 -¡Carpincho! Tenés un nuevo compañero – gritó el carcelero.

    El nuevo recluso se quedó parado frente a Reinaldo, entre tanto la reja se cerraba tras de sí.

     -Acomodate – dijo Reinaldo - ¿cómo te llamás?

    -Hugo Gómez.

    -¿Y de dónde sos?

    -De los Cardales - respondió

    -¡Mirá vos che que casualidad! Yo soy de ahí, vos sos “Careta” ¿no?

    -¡Sí! ¿De dónde me conocés?

    -Hay caras que no se olvidan aunque pasen los años, ¿vos sos amigo de “Cacho”, “El Yuyo” y “Pipiolo”?

    -Lo fui… están muertos, alguien los cortó en pedazos con un hacha – dijo el nuevo.

    Los ojos de Reinaldo Suarez tomaron un brillo especial.-

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